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La intención de estos trabajos busca recrear el tono y atmosfera en el que transcurren los eventos en la narrativa de Beckett, del hilo argumental que liga los sucesos generados por Molloy, tanto como los que accidentalmente se cruzan en su camino determinando reacciones y decisiones difícilmente explicables desde la lógica o la racionalidad más básica. Estos, sostenidos por el discurso interior del personaje que haciendo un extensivo uso del tiempo y paciencia del lector se lanza en análisis, interpretaciones y explicaciones regidas por una meta-lógica subordinada a una falacia ineficaz, deliberadamente torpe, este hilo argumental decía, se constituye en un corto viaje a los límites del orden con el caos, de la seguridad de la luz con la oscuridad ominosa de lo inexplicable. Los razonamientos absurdos de Molloy no son aparentemente sino parodias de la representación lógica que permite al universo humano convivir con el universo real gozando de los mínimos de paz y calma que ese frágil paraguas ideológico puede proporcionar. Así, desde el mundo de Molloy probablemente los otros se ven como zombies obedientes a un mandato, una “lógica” inexplicable y ajena al destino humano real. Percibimos el desprecio pasivo, casi cortés del personaje por el denso tejido de reglas, obligaciones, y afanes que le rodea, mundo del que se ha retirado deliberadamente en tiempos lejanos, desprecio decía, casi igualado por la repugnancia que le inspira su cuerpo, su pasado y su posible futuro que percibe como un calvario innecesario al que previsiblemente deberá transitar. De este modo las limitaciones marginalizantes del personaje, su parodia argumental, como un espejo, nos devuelve una imagen invertida, denigrada de esa “normalidad” obediente . En la narrativa, el mundo social que rodea a Molloy pertenece a un fondo homogéneo, uniforme y agrisado del que los personajes no se pueden despegar . La sucesión de eventos que atraviesa el personaje podrían leerse como crónicas de un distanciamiento de ese entorno una vez perdidos o deliberadamente abandonados los códigos que le permitían operar en coherencia con su cultura. Hija del existencialismo, la literatura del absurdo sitúa a sus personajes en la desesperanza, en la sinrazón y sin sentido de su condición y entorno, pero sin dotarlos de la lúcida madurez filosófica que otorgaría un realismo inteligente. Quizás también encontremos en Molloy una reflexión no argumentada sobre la libertad, no sólo la asumida como sentencia, con la que el personaje convive con el mismo desinterés indolente con que valora su tiempo, sino otra, subyacente a su “marginalidad” y apenas legible, operando en el registro de un murmullo inaudible, que quizás nos invite a revisar la noción de libertad en un estado existencial reducido, acotado a límites básicos y primarios, anclada a nuestra biología y a lo humano pre racional que aún nos habita. Eduardo Olascuaga